Prisas, encontronazos, sueño, caras desconocidas, “Perdone, ¿va a salir? y de vez en cuando encuentros musicales que se cuelan en el vagón… artistas anónimos que nos sacan una sonrisa, nos sorprenden, animan, y en ocasiones por qué no decirlo, desconcentran o perturban. Todos ellos forman parte de la cultura de la música callejera, personas que se ganan la vida “pasando la gorra” por unas pocas monedas a cambio de unos minutos de arte.
Muchas veces me he quedado absorta observando la calidad de la voz de uno de estos cantantes o la destreza que demuestra otro tocando el violín. Muchos de ellos poseen un talento maravilloso, sin embargo, no cuentan con medios para hacerse oír más allá de estos ámbitos reducidos. Aun así, es digna de admirar la alegría y devoción con la que se enfrentan a un “público” tan ajeno, absorto en sus lecturas, pensamientos, preocupaciones y que muchas veces se siente interrumpido e invadido.
Sus “pequeños espectáculos” pueden ser de mayor o menor agrado para nosotros, pero por encima de todo, debemos ser conscientes de que detrás de cada una de esas personas hay una historia de vida y grandes dosis de valor. Creo que si, en mitad de la vorágine de nuestro día a día, pudiéramos pararnos a escuchar unos minutos, nos sorprenderíamos y puede que llegáramos a valorarles como merecen.
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